domingo, 18 de diciembre de 2016

Actos de prostitución y actos de libertad

Me he prostituido en diversas ocasiones. Cuando me he puesto el disfraz de camarero en un hotel de Londres, o el de yougurtero en Sevilla, para quitarme el de actor y poeta. Cuando me he matriculado en estudios que no deseaba, solo por anhelar una ficticia seguridad y no los he dejado para quienes los deseaban más. Cuando he dado un abrazo sin sentido. Cuando he metido en mi cama a alguien por inercia o miedo a la soledad. Cuando no he expresado lo que verdaderamente sentía. Me estoy prostituyendo ahora mismo porque alguna vez me dije que no era necesario confesarse, y aquí estoy de nuevo. Aunque todo tiene sus matices...

Y ese arrojo hacia la prostitución viene, supongo, de la culpa. La culpa lleva a la culpa que te hace prostituirte. Nos da miedo mirarla de frente y decirle: "oye, que nada de lo que he hecho es completa responsabilidad mía". Hacerle ver que había una parte de inseguridad en mis "malas" decisiones con la que no me identifico, y por eso hice lo que hice.

Pero (ahí va un pero positivo) no me he prostituido cuando he dicho lo que sentía. Cuando he dejado pasar lo que no quería para mí. Cuando he cogido lo que sí. Cuando he inhalado el aroma de una flor. Cuando he escuchado una canción que deseaba. Cuando he intentado cantarla. Cuando me he dejado llevar por la intuición para aparecer en una plaza escuchando a un músico tocar el Hang. Cuando he abrazado a quien lo necesitaba. Cuando me he dejado abrazar. Cuando me he dejado llorar. Cuando no he pretendido controlar mis emociones "negativas" y he dejado que se expresasen, que hablasen a otros.

Así, puedo relatar mi vida desde un actor-personaje que encarna la prostitución a otro que hace lo mismo. Pero también desde el actor-personaje que encarna la libertad a otro que así mismo hace. También podría relatarla entrelazando ambos actores.

(Por cierto, un error en el devenir del tecleteo me acaba de recordar que acto y actor están muy cerca. El acto de la prostitución. El acto de la libertad).

Con el relato de anoche, sin ir más lejos, os puedo mostrar lo que digo. Me fui a dormir acongojado. Me sentía culpable de recibir la ayuda económica de mis padres en estudios que ni siquiera estoy seguro de si necesito (me he matriculado en tres asignaturas de un máster de enseñanza en secundaria), por lo que siento que me prostituyo. La culpabilidad me llevó a la neurosis. La neurosis, a escuchar las canciones deseadas. Las canciones, a confesarme en el papel. La confesión, a comer sin hambre. La comida, al sueño. Tras el sueño, algunas emociones negativas todavía no se habían ido. Se habían quedado rezagadas en su viaje hacia el exterior. Eso me  ha llevado a levantarme de la cama, salir a la calle y buscar la luz. Me dirijo a un parque, pero mis pies me llevan a otro lugar. Doy un paseo por la parte antigua de la ciudad y encuentro una piedra donde sentarme, en la puerta de una casa que tiene un olivo a su lado, así como los símbolos de las tres culturas. (¿Señales? este es otro tema, pero en cualquier caso es un acto de libertad). De ahí sigo caminando hasta la plaza de San Marcos (no sin descansos para observar sin juzgar), y en esa plaza, me espera un músico con su Hang. Disfruto. Pero en algún momento la inquietud llega y entro en un museo que, la verdad, poca quietud me da. Era una huida. Salgo pronto para respirar la luz de nuevo. Este era un acto de prostitución. Esta es la maraña de los dos actos. He aquí mi vida.