jueves, 2 de enero de 2014

Reflexiones: El sueño del nuevo toro y torero

Por qué no traer al toro y al torero a la plaza para que niños y niñas y viejos los vean pasear por la arena, desnudo el salvaje y desnudo el torero, siendo este último quien se limite a mirar al primero a los ojos y a arrodillarse ante él.

Le acaricia la frente como recordando el momento previo a la desunión con lo salvaje, el ritual ya no es en torno a la muerte sino en torno a la vida. Hay un minuto de silencio en cada espectáculo. Los niños preguntan por qué, los viejos explican, "para pedir perdón", por lo que antaño hizo el hombre español, asesinar al toro con una espada y en traje de luces.

Tras el minuto de silencio, otro de alegría y celebración por el alumbramiento alcanzado por la conciencia, que entiende la nimiedad del hombre, quien celebra desnudo su valor junto al de ese otro ser vivo inhumano y digno.

A las plazas acudirá cualquiera, vestido, desnudo, con patillas o con dreadlocks. Bebiendo té o bebiendo tequila, fumando en pipa o fumando tabaco de liar sin aditivos; pero con el corazón abierto siempre. Celebrando en él que por fin el hombre se regocija en la admiración de la naturaleza y no en la destrucción que en otro tiempo fue capaz de perpetrar en ella, y entonces, suena aquella vieja melodía del gato montés.

El toro, tan bello, es criado para el hecho de ser admirado en silencio, y sin reparos empleamos nuestra energía en ello. Porque él es un espectáculo vivo de lo que en sí mismo es, la mayor y más fuerte representación, el instinto animal, la generosidad de las diosas. El torero, al fin, es su mejor observador y salvador, y así lo definen los niños; es por fin quien le mira de frente sin ofenderle después.

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